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lunes, 29 de julio de 2013

Deseo... Deseo...

La habitación era grande y luminosa. Las paredes blancas reflejaban como espejos la luz que penetraba de las dos ventanas laterales. El sofá verde que había adquirido en Asia,  soportaba su peso sin hundirse pero sin ser demasiado rígido; este, rodeado de otros asientos muy exóticos, se encontraba delante de una mesita de café muy moderna con un acabado en aluminio blanco y negro.

Con tranquilidad tomó su taza de té reposada en ella y absorbió el amargo aroma de su té verde. Enseguida notó como el líquido caliente descendía por su garganta acunando el calor en su cuerpo. No pudo evitar suspirar y reconocer su apego a algunos placeres terrenales. Debía odiar todo aquello, pero hacía tiempo que había olvidado ese sentimiento. Para él, ya solo existía desprecio y este, no intervenía en piezas que pudieran reanimar su hastío.

Pronto acabó su bebida y de nuevo el tic tac del péndulo presente en el reloj suizo atronó en sus tímpanos como el sonido más inframundo de la creación. Ahora solo podía continuar esperando, mientras sus pies descalzos recorrían la suavidad de sus alfombras marroquíes y sus ojos recorrían, una y otra vez, cada una de las punzadas de punto de cruz que la conformaban. Era muy aburrido vivir así, tanto que podía dar cualquier cosa por liberarse de esa cárcel, pero no era posible.Ya había entregado lo único que de verdad poseía valor; lo había ofrecido a cambio de algo que ahora constituía su tormento. En que estaría pensando.

De repente notó como el suelo se movía débilmente y después con más fuerza e intensidad. “Por fin” pensó. Ya era hora de salir y tomar un poco el aire, aunque solo fuera por unos escasos e inútiles minutos.

La transición fue rápida; el aire a su alrededor empezó a hacerse denso y pesado hasta que empezaron a sugir ondas que emborronaron el paisaje. Tomó aire y en cuanto las ondulaciones hicieron desvanecer su habitación, su estómago dio un vuelco. Para entonces ya estaba fuera.

Ahora se encontraba donde la tierra y el mar se acariciaban eternamente al ritmo imparable de las olas y del viento. Miró con añoranza el disco radiante e iridiscente que ya se marchaba despidiéndose con el más hermoso reflejo. Su luz anaranjada no solo iluminaba las aguas sino también la ligera arena dorada que absorbía la última calidez del día. Era un atardecer en la playa; algo en su interior se rompió, haciendo que le doliera el pecho. Era tristeza. Pero no, él no podía sentir eso, era demasiado doloroso…

De repente reparó en la persona que le había liberado de su encierro. Junto a él una chica de unos diecisiete años estaba perpleja y asustada tirada en la arena con la boca y los ojos muy abiertos. Su largo pelo negro ondeaba al son del viento mientras su vestido de playa floreado ondeaba al mismo tiempo. Su cara mostraba el más hondo asombro; sus ojos verdes mostraban la extrañeza de quién ve algo imposible y piensa que esta loco, su cara era delgada y alargada, su piel era pálida y sin embargo sus mejillas estaban salpicadas de color rosado, su nariz era grande y respingona contrastando con sus labios gruesos y sus dientes blancos. Era guapa; tal vez en otro tiempo él habría suspirado y soñado con chicas así; en otro tiempo…
Se liberó de todos los pensamientos que aleteaban como mariposas dañinas su mente y se centró en seguir el protocolo que tan bien había recitado millones de veces.
   – Hola – como esperaba la reacción de la chica no llegó – Tienes tres deseos – la chica seguía sin articular un gesto – ¿Me estas escuchando? Tienes tres deseos libres de reglas ¿No quieres nada?

Pareció que la chica despertaba de su letargo pero aún así seguía muy impactada. En realidad a él no le molestaba, siempre pasaba igual, estaba acostumbrado.
    – ¡Eres… eres un genio! ¡Has salido de dentro de una lámpara! ¿¡Estás volando!?

El genio suspiró; limpiando con su puño un sudor inexistente de su frente. No estaba de humor para narrar y hacer comprender a esa chiquilla que era lo que estaba pasando, iba a intentar reducir al máximo.
   – ¿Ves que soy un genio verdad? Turbante, brazaletes, pantalones anchos, chaleco… y sobre todo la pista más importante es que vivo dentro de una lámpara mágica ¿Eso esta claro no?
    – Sí…
    – Pues entonces seguro que has oído hablar de mí en leyendas y mitos. Puedo concederte tres deseos; pide y te será concedido.

La joven se levantó del suelo y después de palmear su vestido; eliminando la arena adherida, obtuvo un tono serio y miró al genio a los ojos.
   – ¿Puedo pedir lo que sea?

Él fijándose en la mirada clara y penetrante de la chica; sintió cierto recelo por lo que desearía, así que se dispuso a aclarar algunos matices de ese “todo”.
    – Todo excepto deseos que interfieran con la vida, la muerte y el amor. Por ejemplo no puedes desear que alguien resucite o que una persona se enamore de ti. Esas son las únicas reglas.

La chica apartó la mirada de los ojos fríos y oscuros del genio y observó el espejo acuoso anaranjado. Él se preguntó en que estaría pensando mientras contemplaba su silueta recortada por su sombra oscura y ondulante.
   – Sígueme.

Así lo hizo el genio; ella recogió la lámpara mágica del suelo y tras limpiarla con la manga los dos se pusieron en camino. Juntos se alejaron de la playa y continuaron por el paseo marítimo hasta que se detuvieron en unos acantilados de roca caliza. La chica se sentó en el borde mismo de este y el genio a pesar de poder levitar se sentó a su lado.
   – Quiero ir al pasado – soltó de sopetón. 
   – ¿Qué?

El genio no se esperaba eso, toda la gente solía pedir dinero en su primer deseo ¿Qué era eso de viajar en el tiempo?
   – No puedes hacerlo ¿o que?
   – Sí puedo pero… ¿puedo preguntar por qué?

La chica se quedó con ojos estáticos mientras limpiaba una mota de polvo invisible de la lámpara. El genio por su parte estaba intrigado; era la primera vez que se encontraba con un caso tan especial; odiaba reconocerlo, pero por un momento olvidó su papel como genio y volvió a sentirse como un chico normal, que escuchaba atento los deseos inalcanzables de una chica soñadora.
   – Quiero rememorar un momento de mi historia. Ya lo entenderás cuando lo veas – sonrió amargamente.
   – Vale, ¿A dónde deseas ir?
   – Al mediodía del 9 de agosto de 2003 en este mismo lugar.

El genio chasqueó los dedos y todo se volvió negro unos instantes; después la luz volvió a resurgir más intensamente y los dos aterrizaron en una mañana de verano resplandeciente. Frente a ellos se encontraba el mismo acantilado pero esta vez no estaban solos. Dos niños cogidos de las manos hablaban con voz suave y mirada alicaída. El genio pudo distinguir en uno de ellos las fracciones sutiles e infantiles de la chica pero el otro; un chico de más o menos su misma edad con el pelo rubio y ojos ámbar; constituía un misterio para él.
   – No puedo hacer nada, mis padres ya lo han decidido – escucharon del muchacho.
   – ¡No puedes hacerlo! ¡No puedes irte…! – la niña empezó a sollozar y el genio comprobó que también a su acompañante empezaban a empapársele los ojos.

Los dos niños se abrazaron en un apreciable apto de cariño.
   – Te prometo que volveré, mis padres no pueden mandarme siempre; en cuanto sea más mayor me escaparé de casa y cruzaré el océano para venir contigo – prometió el chico.
   – ¿Me lo prometes?
   – Te lo prometo – ambos entrelazaron el dedo meñique.
   – ¡Arturo! ¿¡Donde estás tenemos que embarcar!? – la voz aguda de una mujer resonó en la escena.

El niño se separó al fin de la chica y después de dudar un poco le dio la espalda y salió corriendo hacia aquella que sería su madre. Entonces el genio se fijó en que la joven que le había pedido tan raro deseo estaba también llorando y que al ver pasar al niño junto a ella intentó detenerlo sujetándole del brazo; sin embargo, su mano le atravesó por completo y el niño continuó su camino. En ese instante todo se volvió negro de nuevo y en un pestañeó los dos volvieron a su tiempo. 
   – Gracias… – fueron las primeras palabras pronunciadas por la chica.

El genio entendió poco a poco que ese niño había sido amigo suyo (o algo más) y que se había marchado a algún lugar hace años. Por la cara de tristeza que la cara de la joven presentaba; también se podía deducir que no había regresado, a pesar de su promesa.
   – ¿Por qué no deseas que vuelva? – le preguntó el genio; habría sido lo más evidente.
   – No – respondió con seguridad – Tengo miedo… – pronunció en un susurro.
   – ¿Miedo de qué?

El genio no podía entender de que se preocupaba, era cierto que él podría haberse olvidado ya de ella, o que no le interesase volver a reencontrarse, pero todo era mejor que esa espera agónica.
   – El barco en el que Arturo partió – hizo una pausa – sufrió un accidente, no fue muy grave y mucha gente se salvó, pero… otra no pudo. Tengo miedo de confirmar que Arturo ya no está… – rompió a llorar con fuerza.

Él empezó a entender la desesperación de la chica; si pedía que Arturo volviese y su deseo no podía ser cumplido, eso querría decir lo que tanto temía. El genio apretó los puños. Esa chica era una cobarde; prefería seguir esperando eternamente antes de arriesgarse a remover el pasado con dos posibles resultados; encontrar a Arturo o no hacerlo nunca. Prefería la incertidumbre al fracaso.

Un comportamiento muy humano; pensó el genio enfadado.
Ella no era diferente a todas las personas con las que se había encontrado anteriormente. Siempre todos buscan seguridad, bienestar; etc. Renunciando al dolor, la tristeza; etc. Pero… ¿a que precio? Viviendo en la cobardía, en el miedo de perder lo conseguido…

El genio esperó, con los ojos encendidos y el gesto crispado a que la joven parara de llorar. No la consoló. No; la decisión de sufrir de esa manera había sido elección suya y por tanto debía pagar sus consecuencias.
   – Estoy esperando el segundo deseo – dijo cuando ya no pudo ocultar su impaciencia.

Poco a poco la chica fue tranquilizándose y cuando habló todavía algunas lágrimas se deslizaban por su mejilla.
   – Segundo deseo… Quiero que aquí mismo aparezca un faro.
   – ¿Un faro? ¿Se puede sabe para que quieres eso? Ah no espera ya lo sé, quieres que si tu amigo regresa sepa que sigues aquí.
   – Bueno, más o menos. Es como un símbolo, todo barco tiene que regresar al puerto y este se deja guiar por un faro. Yo soy el puerto, Arturo el barco y el faro será el que indique el camino.
   – Muy bonito ¿Pero es qué no sabes pedir deseos? Podrías pedir dinero, fama, poder, ¡podías pedir ser la gobernanta del mundo entero! Y no… ¡tú pides que haga aparecer un estúpido faro!

La furia del genio dejó a la chica callada por unos instantes; sin embargo, no se amedrento y contestó a su crítica con la cabeza alta y voz segura.
   – Prácticamente yo ya gobierno el mundo – sonrió con tristeza – Mi familia posee una de las empresas más desarrolladas e influyentes; nos hundimos cada día en dinero, poder y fama y por eso precisamente yo me ahogo. Todo eso no me sirve para nada; es más, es mi tormento. Por ello; nadie se acerca a mí y estoy siempre sola desde mi niñez. Arturo fue mi único amigo de verdad, un amigo que no me temía por la procedencia de mi familia, ni que tampoco se acercaba a mí por el favor de mi posición. Era amistad verdadera.

Ahora fue el genio el que se quedó sin habla. Intentó ponerse en el lugar de la chica y no le resultó tan difícil sentir lo que ella debía experimentar. Al fin y al cabo su posición se parecía bastante; él entendía muy bien lo que era la soledad a pesar de poseer poder (magia en su caso). Si por alguna razón, en su vida apareciera alguna esperanza que pudiera reanimar su aciaga vida; se agarraría a ella, aunque fuera un clavo ardiendo.

Sin más cavilaciones el genio accedió a cumplir el deseo y en apenas un pestañeo, la tierra del borde del precipicio empezó a temblar y a removerse. La chica se asustó y se apartó, lo cual fue una gran idea ya que en seguida; como por arte de magia (aunque en realidad así era) de la tierra surgió un faro que no paró de crecer hasta que su cúspide se mezcló en el azul oscuro; ya casi negro, del cielo. En cuanto todo quedó tranquilo, la lámpara de este; se encendió, y empezó a girar y girar iluminando kilómetros mar a dentro.
   – Ahí tienes a tu faro – concluyó el genio. La chica parecía contenta.
   – ¡Vamos a subir!

El genio no se resistió, todavía quedaba un deseo y hasta que este no fuera pronunciado el genio debía permanecer al lado de la “afortunada”; además, había que reconocerlo, la vista en la cumbre debía ser absolutamente hermosa.

La chica empujó la pesada puerta de madera que hacía de entrada y accedió al interior. Lo cierto era que la vista no era nada alentadora. En el centro del circulo que formaban las paredes se situaban; solitarias, unas escaleras de caracol negras de hierro que giraban y se mezclaban hasta la misma cima del faro.
   – ¡Vaya! Podrías haber hecho aparecer un ascensor y no todas estas escaleras – le reprochó ella.
   – No puedo leer la memoria, ¡haber especificado antes!
   – Bueno pues ¡adelante!

La chica empezó a recorrer trotando los numerosos peldaños. Por supuesto el genio podía levitar y seguía a la chica por el aire en el hueco del centro que formaba la escalera. Al principio avanzaron a buen paso pero a medida que subían los pasos de ella fueron haciéndose más pausados y su respiración más honda y repetitiva. A mitad de camino tuvieron que detenerse.
   – Necesito… necesito una… pausa – la chica no podía ni hablar ya que sus inspiraciones eran demasiado insistentes.

Había perdido la cuenta de cuantos escalones habían subido, 200… 300… No le extrañaba nada que la chica estuviera exhausta. El genio miró hacia arriba y observó que todavía los escalones parecían no tener fin, tardarían una eternidad en subir todo aquello. En su mente cruzó una idea fugaz y; antes de que se arrepintiera de ello, la puso a cabo, era la forma más rápida de subir al fin y al cabo. El genio se acercó a la chica y la sujetó por los hombros.
   – ¡Eh! ¿Qué haces?
   – A este paso me haré anciano antes de subir; es más rápido ir volando, así que no protestes y quédate quieta.

La chica no añadió nada más y se dejo hacer. El genio no había hecho aquella temeridad en su vida pero alguna vez debía ser la primera. Pacientemente se impulsó con los pies y se elevó como el relámpago; entonces, el paisaje se nubló y el aire golpeó a ráfagas los cuerpos de ambos. En seguida estuvieron en la cumbre.
   – ¡Oh dios! Ha sido genial.

Ella parecía haber disfrutado como una niña con aquel paseo y en cuanto el genio la soltó, corrió hacia el balcón del faro. Ya se había vuelto completamente de noche y la brisa fresca de la noche enfriaba el ambiente. Tal como había esperado el genio, la  vista era genial. A sus ojos se mostraba un mar con unas ondulaciones plateadas que cabalgaban por la ennegrecida superficie. La luna llena causaba reflejos en las aguas tranquilas de la noche lo que acondicionaba a un paisaje todavía más bello y sosegado.

Después de admirar el paisaje, el genio se centró irremediablemente en la chica. Su rostro iluminado por un halo dorado suavizaba sus rasgos y sin embargo su complexión revelaba desasosiego. Pronto el genio descubrió porque.
   – Oye… – comenzó ella – ¿Podrías responderme a algo?
   – ¿Qué es?
   – Quiero saber porque eres un genio, o sea naciste así o algo… – no sabía cómo seguir.

Por su parte él bajó la mirada al suelo. Esas simples palabras le habían golpeado muy hondo; habían dado en el clavo, en el centro de su dolor y tortura. 
   – No te importa.

Por todos los motivos el genio debía estar enfadado; muy enfadado porque una chiquilla entrometida intentara averiguar su pasado, sin embargo solo estaba triste. Por mucho que él hablara y explicara la chica no llegaría a entender jamás lo inequívoco de una decisión que tanto le había marcado y el posterior tormento. Nunca lo comprendería tan bien como él; aunque claro, ella no podía estar en su pellejo de la misma manera que él no podía estar en el suyo ni en ningún otro.
   – No se… Debe ser guay eso de poder volar y cumplir deseos – dijo la chica mientras observaba la lámpara mágica que no había soltado en ningún momento.
   – No sabes nada ¿Te crees que mi vida es fácil? Para tu información no eres la única que lleva una vida desdichada. Yo me paso días y días encerrado en esa lámpara sin poder salir; y una vez que salgo, solo es para cumplir unos deseos estúpidos antes de volver de nuevo a mi encierro.
   – ¿No puedes desear salir?
   – Ojala pudiera, pero mi magia no me sirve a mí, solo a las personas que me liberan.
   – ¿Eso quiere decir que cuando pida mi último deseo la lámpara te absorberá y no podrás salir hasta que otro la encuentre?
   – Eso es – el genio se sorprendió de que lo hubiera entendido tan bien, aunque en realidad todo daba igual, ese sería su destino al fin y al cabo.
   – Pero si yo vuelvo a coger la lámpara…
   – No puedes. Una vez que te conceda lo que quieres, todos los recuerdos sobre mí se borraran de tu mente y tus deseos cumplidos parecerán que siempre han estado allí. Después; la lámpara conmigo dentro, se teletrasportará hacia un sitio totalmente distinto, hasta que se repita de nuevo el proceso.
   – Eso es triste…

Sí que lo era y el genio lo sabía en su propia piel ya magullada por el tormento. A veces, desearía volver al pasado y cambiar aquello, porque no todo no había sido siempre así.
   – No te compadezcas, es mi culpa.
   – ¿Por qué no?

¿Podía contarlo? Tampoco importaba demasiado. Tal y como había dicho él, en cuanto pidiera los tres deseos, la chica se olvidaría del todo de él y de lo que le contase. Si se lo decía por lo menos podría desahogarse.
   – Esta bien te lo contaré – la chica sonrió – Yo antes era como tú, o sea, humano.
   – ¿Sí? ¿Y es siempre así?
   – No se lo que ocurre con los otros genios, te estoy hablando de mi y ¡no me interrumpas!
   – Esta bien, lo siento.
   – Bueno, yo era un muchacho bastante… avaricioso – ya había escarmentado sobre eso y tenía que reconocerlo – Un día me encontré con un genio y; ya te puedes imaginar, me pareció fantástico poder pedir todo lo que quisiera mi codicia – ahora venía la parte difícil así que el genio suspiró para relajarse – Pedí dos deseos y como tú ahora, estaba reflexionando sobre cual iba a ser el tercero. Era el último y sabía que no volvería a tener la oportunidad de pedir lo que quisiese y que fuera concedido. Entonces… – el genio paró el relato.
   – ¿Qué? ¿Qué pediste? – la chica parecía una niña impaciente que esperaba con ilusión escuchar el final de un cuento.
   – Pedí… – tomó aire – Pedí ser un genio. Al principio creí que esa sería la mejor decisión de mi vida. Pensé que así podría continuar cumpliendo todos los deseos que tuviera, podría vivir una vida llena de diversión y alegría sin obligaciones ni complicaciones. Pero me equivoqué. Eso fue lo peor que podría haber querido. Ese deseo… ese deseo me ha convertido en un ser encerrado por mi propia magia; la cual, ni siquiera puede ser utilizada a mi voluntad. Solo puedo conceder los deseos de humanos avaros, tal y como yo fui. Es mi castigo por haber sido tan necio y egoísta.

La chica se quedó muda unos instantes, perdida en el paisaje. Se podía apreciar que el relato la había impactado. Ahora ella también debía de saber, que no era la única que sufría por la vida que llevaba. No iba a ser ella ni la primera ni la última en recorrer los espinosos caminos de la existencia.

La joven levantó la mirada y miró a los ojos al genio, él no se inmutó, no estaba avergonzado por haber detallado su pasado, es más estaba agradecido.
   – ¿Puedo pedir mi último deseo? – dijo ella con voz suave.
   – Claro ¿Que quieres?

Bueno había sido bonito mientras había durado, ahora el genio tenía que despedirse de esa peculiar muchacha y seguir su vida… normal.
   – Deseo que dejes de ser un genio.
   – ¿Qué? – al genio casi se le había salido el corazón del pecho.
   – Es verdad que la vida que llevas es enteramente culpa de ti y de lo que pediste pero, te has llevado una buena reprimenda y ya te has arrepentido de lo que hiciste.
   – ¿Me he arrepentido? – ¿era eso cierto?
   – Claro, porque has tenido el valor de contarlo todo a una desconocida a la que, seguramente, odias por tener que cumplir sus deseos y no los tuyos. 

Era verdad. El chico que era antes jamás hubiera reconocido sus errores, jamás se hubiera rebajado ante los demás y sin embargo ahora lo estaba haciendo. Había aprendido la lección ¡lo había hecho!
   – ¡Vamos! ¿A que esperas para cumplir mi deseo? Quiero que vuelvas a ser humano.
   – ¿Estas segura? – preguntó – Es tu deseo y deberías pedir algo para ti.
   – Tranquilo te exigiré algo a cambio no te creas – guiñó un ojo.

El genio estaba emocionado y no pudo evitar que una lágrima traicionera se deslizara por su mejilla. ¿Era todo eso verdad o solo era un sueño? ¿Podría escapar de una vez de esa cárcel mágica? ¿Podría vivir de nuevo? Era todo tan increíble y… real.

El genio chasqueó los dedos y en un instante pudo comprobar como su poder, su magia, lo abandonaban. Pudo sentir como su cuerpo se hacía pesado y aterrizaba en el suelo desde el cual ya nunca se elevaría. Notó como sus ropas de genio desaparecían dejando resurgir prendas de un chico normal y por último, comprobó como la lámpara que sujetaba la chica en sus manos, estallaba rompiéndose en mil pedazos que cayeron desde el precipicio hacía el mar, desapareciendo para siempre. Porque ya nunca volvería a ser un genio. Nunca.
   – ¿Qué tal?

La chica estaba feliz y por ello una gran sonrisa coronaba su rostro. Una sonrisa que combinaba maravillosamente con la del genio, que ya no lo era; ya solo era un chico normal como cualquier otro.
   – Esto es… genial… yo nunca podré agradecerte…
   – ¡Para! No te pongas en plan sentimental, te dije que quería algo a cambio.
   – Esta bien ¿Que quieres? – su sonrisa se borró un momento pero no su alegría. Todo favor requería una compensación claro esta.
   – Tu vida era desgraciada y yo he conseguido que no lo sea, así que quiero que tú también mejores la mía.
   – ¿Qué tengo que hacer exactamente?
   – Una cosa muy sencilla… Tienes que ser mi amigo. Ya sabes que me quejo de no tenerlos y no es que pretenda sustituir a Arturo pero así sería más… llevadera su espera. 

¿Solo eso? Una cosa tan sencilla e insulsa aparentemente pero ¿No era la amistad el remedio contra la soledad? Lo era y por ello ahora dos personas solas y taciturnas se unían, para vivir en la amistad la alegría y el compañerismo. Esa demanda no era una obligación, más bien era lo que él necesitaba después de vivir en un encierro continuo.
¿Por que la vida le recompensaba ahora por todo lo que había sufrido? Tal vez porque rectificar los errores y ser cada día mejor era el mejor y más justo camino.
   – ¿Trato hecho? – le preguntó la joven.
   – Trato.
   – Bien – no podía disimular su entusiasmo – Me llamo Alisson. ¿Qué tal amigo? –le tendió la mano mientras sonreía.
   – Alisson… – lo repitió con cierto gusto. Su primera amiga. – A mi puedes llamarme Adrián. – ambos se estrecharon la mano.

Así comenzó la cura de sus corazones, y su antídoto era la amistad. 


Y si tú tuvieras tres deseos... ¿Qué pedirías?

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