Esta es la muestra de las dos caras de una moneda. Todo el
mundo conoce una versión pero ¿y el otro punto de vista? Aquí una historia que
nunca te han contado y que podrás asociar a la original.
Estaba perdida en una carretera ya en desuso. A mi derecha,
árboles, a mi izquierda más árboles. Todo hasta donde alcanzaba la vista
describía una terrible soledad.
– ¿¡Hay alguien
ahí!?
Grité lo más fuerte que pude pero como esperaba solo el
sonido de los animales en el bosque me respondió.
– Por favor,
alguien… quiero volver a mi casa…
SILENCIO. SOLEDAD. DESESPERACIÓN.
Lloré gastando las últimas fuerzas que me quedaban. Quería
desmayarme, morirme, acabar con todo de una vez, estaba tan agotada que creía y
esperaba desvanecerme en cualquier momento pero sin embargo no ocurría.
Maldecía haber decidido salir esa tarde. Era sábado estaba
aburrida en casa y cuando unos amigos me propusieron ir al cine no lo pensé y
salí sin decirle nada a mis padres. Maldita mi inconsciencia.
Ahora estaba perdida sin saber exactamente que había
ocurrido. Recordaba haber entrado en el coche de uno de mis amigos, ya que el
cine estaba a las afueras, recordaba haber estado riendo como una tonta
mientras nos contábamos chistes entre nosotros y después… nada. El recuerdo que
sigue a estos hechos me sitúa aquí en esta desolada carretera. ¿Mis amigos me
habrían abandonado? No, tal vez era una broma. Al tiempo los imaginé detrás de
los arbustos divirtiéndose de mi confusión.
– ¿Chicos? –
pregunté dubitativa – Si esto es una broma ya esta bien, os habéis divertido
bastante.
Nadie me respondió. Empecé a llorar, para colmo mi móvil
también había desaparecido y mis voces no eran suficientes para alertar a nadie.
Me senté en el suelo sin importarme estar en medio de un camino, rodeé mis
brazos alrededor de mis rodillas y así me quedé, desconectada, hasta que
alguien pasara por allí y me ayudase.
FRIO. RUIDO.
Eso fue lo primero que sentí antes de deducir que un coche
se acercaba a mi posición. Ya casi era de noche por lo que me levanté y me
quedé donde estaba, si me apartaba en el arcén el coche tal vez no me vería y
no podía perder esa oportunidad. Preparé mi garganta para gritar como no lo
había hecho nunca.
La luz de los faros se acercaba, el coche ya estaba allí…
– ¡Pare! ¡Pare! –
grité moviendo los brazos.
El coche dio un frenazo y se paró. La puerta del conductor
se abrió y de ella salió un hombre de cuarenta y pico años.
– ¡Pero que haces
ahí! ¿¡Quieres que te mate!?
– No, lo siento, es
que me he perdido…
El hombre pareció relajarse.
– Pero muchacha que
haces en estos lugares de dios, anda sube te llevaré a tu casa.
– Gracias.
Me subí al coche lo más rápido que pude. Hacía un frío
glacial.
– ¿Te veo pálida
estas bien? – me preguntó el hombre cuando ya estábamos en marcha.
– Es solo que tengo
un poco de frío – observé que ponía la calefacción al máximo.
– ¿Dónde esta tu
casa? – era un pregunta evidente.
– Esta en Carda en
la calle Esmeralda.
– ¡Ah sí! Conozco
esa calle – menos mal no quería hacer ahora de guía turística
El hombre no me hizo más preguntas lo que me pareció muy
bien ya que no tenía ganas de explicaciones. Reposé mi cabeza en el reposa-cabezas e intenté descansar. Sin embargo no pude. El frío me azotaba más
y más lo cual no tenía sentido, y cada vez estaba más atormentada y no sabía
por qué.
– ¿Qué es eso? –
exclamó el señor.
Miré hacia delante y pude ver miles de luces azules
parpadeantes. Estaba claro que eran coches de policía. Cuando llegamos a ellos
tuvimos que parar el coche porque la policía ocupaba todo el carril. Al parecer
había ocurrido un accidente, los coches de ambulancia también resonaban de un
lado a otro.
– Espera aquí voy a
ver lo que ha ocurrido – me dijo el hombre mientras salía del coche.
Lo vi alejarse entre las brumas de la noche y pronto perdí
la visión de su silueta. Intenté relajarme de nuevo pero tampoco me fue
posible. Empecé a experimentar un miedo atroz por algo y a la vez por nada pero
¿Qué me estaba pasando?
Solo pasaron unos minutos más hasta que decidí bajar del
coche e investigar yo también. No podía estar quieta. Salí y caminé hacia delante.
A unos treinta pasos me encontré de frente con el accidente. Según mis
deducciones un Ford Focus se había salido de la carretera en una de las curvas y
había volcando quedando destrozado. ¿Habría supervivientes? Me acerqué más al
suceso y pude ver que había un cuerpo tapado con una manta en el suelo. Me
estremecí por él, una salida en coche le había causado la muerte.
– ¿Han dicho algo
los médicos?
Un poco más lejos oí a dos policías que conversaban sobre el
suceso.
– Al parecer –
respondió el otro – Los chicos ya han salido de cuidados intensivos están
mejorando todos muy favorablemente.
– Así que al final
solo hay una victima mortal – miró al cuerpo que se hallaba en el suelo – Es
una pena era muy joven.
– Sí.
La reunión se dispersó y yo me quedé estática mirando el
cadáver. Como un movimiento involuntario me acerqué a él. Me quedé mirando la
manta que lo cubría movida por un miedo y una curiosidad irracional. Me incliné
a destapar al fallecido sin pensarlo. Mi mano se quedó a medio camino de su
objetivo. En la lejanía vi como los policías de antes volvían a su posición. Me
esperaba una buena reprimenda.
– Hace mucho frío
esta noche me apetece un café bien caliente.
– Sí ¿verdad?
Me quedé estupefacta. Los policías habían pasado justamente
a mi lado y no me habían dicho nada. Ni siquiera me habían mirado. ¿Es que
acaso no les importaba que una desconocida estuviese en mitad de la escena de
un homicidio? Eso era imposible. Agitando la cabeza me concentré en ejecutar lo
que intentaba hacer antes, ya que nadie me lo había impedido. Sujeté la manta
fuertemente con una mano y la levanté.
– ¡Pero que haces
si alguien te ve…! – la voz del conductor resonó en mi pesadilla – Como es
posible… ¿Tienes una hermana gemela?
No. No la tenía. El cadáver pálido y demacrado del suelo era
yo.
Me quedé sin aire, si es que acaso respiraba todavía. Era
imposible que estuviera muerta. ¿Estaba allí no? Pero me encontraba mirando mi
propia muerte. No era yo… no era yo… yo estaba viva…
– Lo siento tanto…
– el hombre había hecho sus propias conclusiones creyendo que de verdad mi
propio reflejo era mi hermana.
Al verme llorar como lo estaba haciendo se inclinó a mi lado
e intento abrazarme para consolarme.
Su mano me atravesó por completo.
– Es imposible…– el
señor se alejó de mi rápidamente.
– ¡Eh! ¿Que esta haciendo? No puede estar allí
– exclamaron los policías.
El conductor totalmente descolocado me señalaba con un dedo
mientras se arrastraba por el suelo alejándose de mí.
– Tú… Tú… –
murmuraba.
– Qué hace; ahí no
hay nada – le respondieron los agentes.
Salí corriendo, introduciéndome en el bosque para no salir jamás.
Ahora estaba muerta. Era un espíritu errante. Era un alma maldita. No había
duda. Pasaría el resto de la eternidad vagando por el mundo de los vivos
murmurando en susurros “en esa curva morí yo”.
Para quien no lo haya deducido todavía, esta historia se
basa en el mito del fantasma de la carretera. Muchas son las historias que se
cuentan por ahí sobre fantasmas que hacen autostop en una carretera solitaria y
que tras ser recogidos señalan a sus salvadores el punto de su muerte. Otras
historias sin embargo cuentan que en realidad en noches oscuras y nublosas un
espectro aparece a través del espejo retrovisor. Yo no es que crea en todo esto
(además soy demasiado miedosa) pero me resultó interesante retratar otro punto
de la historia. El del fantasma. Él también tiene sus sentimientos ¿no?
Me encanta la nueva visión de algo tan versionado por la nueva innovación de que el fantasma no sabe que es un fantasma y que sus sentimientos los cuenta como si sintiera que está viva. Y también la parte en la que el fantasma se da cuenta de que es un fantasma y lo pasa fatal por lo que se queda unida a la carretera.
ResponderEliminarGracias por dar tu opinión Lucia me alegra que te haya gustado. La verdad es que me gusta salirme de los moldes habituales y ofrecer historias que nadie ha escuchado antes y que sin embargo se relacionan con relatos típicos. Imaginación al poder!! ;D
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